Fuente: Madrid/Geoscopio.
Peces criados en granjas marinas, con alimento natural, sin piensos ni hormonas. Se trata de una alternativa sugerente a la, cada vez menos sostenible, pesca tradicional. Pero ¿Cuáles son las consecuencias biológicas de estas instalaciones?, ¿Producen algún tipo de afección ambiental? ¿Hay alguna forma de medir estos efectos? Un equipo de especialistas cuenta sus impresiones y al labor de supervisión que llevan a cabo.
Desde hace ya algunos años se han consolidado distintas alternativas a la pesca tradicional en varios puntos del litoral español. Frente a las instalaciones terrestres para la cría de peces, donde no existe ningún contacto de los animales con su medio natural, aparecen las granjas marinas, constituidas por varias jaulas de red que se suspenden en el mar. En ellas crecen una gran parte de las doradas, lubinas y lenguados que actualmente se consumen en nuestro país.
La fuerte demanda de atún rojo (Thynnus thunnus) en el mercado asiático y la tolerancia que presenta esta especie a la cautividad, son razones suficientes para animar a los industriales de las, todavía escasas, granjas de engorde de atún rojo en el Mediterráneo.
Capturar los peces vivos
En el litoral murciano un barco pesquero se acerca a las jaulas flotantes desde costa. Se trata del mismo barco que faenó duramente en aguas mallorquinas a finales de la primavera, hasta capturar y trasladar vivos, el número de túnidos que la instalación podía hacer frente.
Durante los primeros meses de engorde del atún, el trabajo consiste en mantener en buen estado las jaulas flotantes, y en alimentar a sus hambrientos inquilinos. Numerosas cajas de sardinas, jureles y voladores (cefalópodo muy semejante al calamar pero de escaso valor comercial) se alinean en cubierta y van siendo vaciadas mientras se ve aumentar la actividad en el interior de las jaulas.
Pasados los primeros meses, se comienzan a sacrificar selectivamente animales de hasta 500 kilos, que en pocas horas llegan al mercado japonés, muy aficionado al sushi y otras delicatessen en las que el pescado crudo es el principal ingrediente.
El impacto ambiental de las granjas
Si hacemos un primer análisis de las consecuencias ambientales de la implantación de este tipo de granjas marinas, es fácil pensar en primer lugar en las ventajas de generar biomasa de modo controlado, evitando un buen número de sangrientas campañas de pesca en la que además de atunes de todos los tamaños son sacrificados otros animales pelágicos, (delfines, peces espada, tortugas...).
Sin embargo, un análisis menos apasionado, nos permitirá pensar también en el lugar elegido para la implantación de estas jaulas: Zonas costeras de fácil acceso y saludables condiciones ambientales donde ya existía un equilibrio entre las distintas poblaciones de peces, invertebrados, algas, y aún más pequeños organismos; zonas donde de pronto surge una importante fuente externa de materia orgánica procedente, tanto de los restos de la comida destinada a los atunes, como de los productos de excreción que estos producen; una zona donde comienza, en fin, a producirse una intensísima actividad biológica; podemos ya intuir múltiples posibles consecuencias ecológicas.
Para evitar afecciones indeseables, la correcta selección del emplazamiento es un factor determinante. Es en este punto en el que entran en juego los biólogos marinos que deben realizar una descripción ambiental lo más precisa posible del lugar donde se pretende instalar las jaulas y de las condiciones oceanográficas que lo caracterizan. Se estimará también, mediante modelización del proceso, el radio de acción previsible en función de las características de la explotación proyectada.
Durante este trabajo serán seleccionadas las zonas o puntos de muestreo -también llamadas estaciones- donde se centrarán los análisis físicos, químicos y biológicos, a la busca y captura de una variación que constate un posible impacto ambiental.
Por supuesto no todas las estaciones requieren el mismo tipo de análisis ni las mismas variables a examinar: Mientras que en los fondos ralos, arenosos o fangosos, es en el sedimento donde se reflejarán los posibles cambios y desequilibrios y donde, por tanto se deben centrar los estudios; aquellos tapizados por Posidonia oceánica, exigen un análisis en el que se contemplen parámetros como la densidad de la pradera, o su biomasa y la de los poliquetos, ascidáceos y otros pequeños organismos que viven sobre sus hojas.
Una vigilancia e inspección constantes
Si el emplazamiento elegido es capaz de asumir estas entradas extra de masa y energía, el informe final del equipo investigador será positivo. Generalmente, cada tres meses los biólogos marinos volverán para hacer el seguimiento ambiental de la instalación, cargados con bolsas, botes, cámaras de fotos y distintos aparatos de medición in situ.
En este tipo de muestreos los investigadores se dirigen a las estaciones observando la superficie del mar, es gratificante descubrir un grupo de delfines en su excursión matinal por el litoral, pero lo que buscan los técnicos son burbujas de metano, indicadoras de una contaminación orgánica.
Una prospección obligatoria y que se realiza siempre desde la embarcación, es comprobar la turbidez del agua con ayuda de un disco Sechi, de esta forma se estima la cantidad de partículas en suspensión que hay en la columna de agua y se evalúa si estas partículas impiden la llegada de luz a los niveles fóticos. Después de comprobar minuciosamente los equipos de buceo y constatar que se lleva todo el material necesario para la recogida de muestras, se inician las inmersiones.
No hay que olvidar que la supervisión que precede a cualquier inmersión es doblemente importante en este tipo de trabajos de campo, en los que una comprobación incompleta puede arruinar todo un día de trabajo. Se debe reducir al máximo el tiempo de fondo, ya que cada minuto incrementará el nitrógeno residual para la siguiente inmersión.
Trabajo de campo y de laboratorio
Generalmente, tras 20 o al máximo 30 minutos bajo el agua, en la que el entendimiento y compenetración entre los buceadores es decisiva, se asciende a la superficie. Se procede a la preparación y envasado de las muestras para su correcta conservación y se ponen en común las notas sobre las especies avistadas y los cambios observados en las estaciones de muestreo visitadas.
Muestras de agua y de sedimento, en las que se comprobarán la población bacteriana, los nutrientes y el pH; el listado de especies encontradas durante las distintas inmersiones, las fotografías del fondo marino, en las que poder distinguir los cambios en la estructura del sedimento, y un exhaustivo seguimiento de la pradera de Posidonia próxima a la instalación, constituyen el volumen más importante del trabajo de campo.
Algunos días después, ya en el laboratorio, se siguen determinando los distintos organismos que se encontraron en el sedimento, comprobando que se mantiene la diversidad y abundancia de animales y plantas de los muestreos anteriores, y que no existen especies bioindicadoras de contaminación, como el poliqueto Capitella capitata, característico de fondos con alto contenido en materia orgánica. Si cualquiera de estos análisis diera positivo obligaría a controlar la actividad en la zona hasta el restablecimiento de las condiciones originales.
Con los datos que arrojan estos estudios, se está más cerca de predecir un posible impacto ambiental o de constatar con pruebas analíticas, la salud del ecosistema. Al menos hasta el próximo trimestre en que volvamos con nuestro material al hombro.
* ZOEA es un equipo de profesionales que llevan más de 10 años involucrados en la difusión e investigación del medio marino.
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